El 17 de noviembre de 2023 se convirtió en una fecha emblemática en el mundo de la tecnología cuando Sam Altman, CEO de OpenAI, fue despedido de manera abrupta. Lo que comenzó como una reunión habitual de la junta directiva se transformó en una crisis que sacudió los cimientos de una de las compañías más influyentes en el desarrollo de inteligencia artificial. La justificación de la junta fue vaga, alegando que Altman no había sido «consistentemente cándido» en sus comunicaciones. Sin embargo, este episodio reveló tensiones profundas y una falta de confianza que habían estado cociéndose durante meses.
Una decisión que reconfiguró el panorama tecnológico
La salida inesperada de Altman desató una ola de reacciones en la comunidad tecnológica. Los empleados de OpenAI, consternados e indignados, comenzaron a amenazar con abandonar la empresa. La mayoría de ellos tenía en mente una sola opción: Microsoft. Satya Nadella, CEO de la compañía de Redmond y principal patrocinador de OpenAI con más de 13,000 millones de dólares invertidos, se mostró dispuesto a contratar a Altman y a cualquier miembro del equipo que decidiera seguirlo. Este movimiento no solo evidenciaba la crisis interna de OpenAI, sino también el creciente interés de grandes empresas en estos profesionales altamente capacitados.
El gravísimo impacto del despido en OpenAI
En el transcurso de cinco días, el conflicto escaló, resultando en una carta abierta firmada por cientos de empleados que exigían la reinstalación de Altman y la reestructuración de la junta directiva. A pesar de los intentos de mantener la calma, la situación se desbordó, resaltando la fragilidad de una empresa que se había presentado como un «imperio» de la inteligencia artificial. Las declaraciones de Ilya Sutskever, cofundador, sobre la incapacidad de Altman para controlar la AGI (Inteligencia General Artificial), sumaron más leña al fuego, evidenciando una crisis de liderazgo.
La rendición de la junta llegó con el regreso triunfal de Altman, quien se encontró con una nueva directiva más alineada con su visión. Nombres prominentes como Larry Summers y Bret Taylor se sumaban ahora a la junta, ayudando a restaurar su puesto, aunque las heridas internas permanecieron abiertas. Sutskever, descontento, dejó la compañía poco tiempo después, junto a otros miembros críticos de la directiva que cuestionaron públicamente las decisiones tomadas.
Las implicancias éticas y económicas del conflicto
Lo que surgió de esta crisis fue un profundo cuestionamiento sobre quién realmente debería tener el control sobre el futuro de la inteligencia artificial. Se vislumbró un panorama donde decisiones cruciales se toman en salas cerradas por un pequeño grupo de individuos privilegiados, marcados por las presiones del mercado y la búsqueda de poder. Como se apunta en investigaciones recientes, OpenAI se había alejado de su misión original de beneficiar a la humanidad, centrándose en la dinámica del poder y la dominación del mercado.
Adicionalmente, el enfoque en la externalización de mano de obra en lugares como Kenia, donde trabajadores eran pagan menos de dos dólares por hora para manejar contenido perturbador, levanta serias preguntas sobre la ética empleada en la industria tecnológica. Tales prácticas, enmarcadas en un capitalismo de desastre, han llevado a una explotación sistemática y plantean la necesidad de una reflexión más profunda sobre la responsabilidad social de las empresas de tecnología como OpenAI, IBM, y Google.
La revelación de estos conflictos internos y la controversia alrededor del liderazgo de Altman llevan al lector a considerar una interrogante inquietante: ¿realmente se puede confiar en un modelo de negocio que prioriza el crecimiento económico sobre la responsabilidad ética?