La Buhardilla: conversaciones talladas en antigüedades

José Miguel Pazzi
m.pazzi@amsanmiguel.com

Las puertas del bazar se abren una vez que la madrugada va envejeciendo. Las centenas de piezas antiguas que ahí habitan, han sumado un día más a la interminable leyenda impresa en sus tallados, en sus telas, sus óleos, en sus maderas. Cada día, un andar de coleccionistas se lanzan a seleccionar de entre las mesas los objetos más peculiares. Tal vez ese piano acabe adornando la sala de algún amante de la música o aquella sala sirva para vestir la escenografía de una obra del teatro más selecto. Las posibilidades son casi tantas como los objetos cargados de historia que se encuentran en el Bazar de Antigüedades de la Familia Noyola Fernández.
El primer negocio de Carlos Noyola, y su esposa Leticia Fernández, abrió sus puertas en 1971 en la ciudad de Monterrey, Nuevo León. La pareja compartía la misma pasión por la antigüedades -ella como coleccionista, él como comerciante-, con tal ímpetu que los ha llevado por más de cuarenta años en un viaje a través del tiempo, teniendo como vehículo el arte. “Desde niño me gustaban las antigüedades. Mi papá me animó a poner mi tienda, así comencé en el 71. Tenía piezas que había comprado a través de los años, como dos o tres teléfonos antiguos, colección de relojes, timbres, monedas, en fin siempre me gustaba coleccionar”, explica su fundador,
Carlos Noyola.
Para el año 2004, el matrimonio sale de Monterrey, y mediante la colaboración de un grupo de anticuarios y galeristas organizan el “Encuentro con el Arte” en San Miguel de Allende. Lo que sería una presentación de 15 días se convirtió en una residencia y la oportunidad de expandir su negocio tras el éxito y la aceptación recibidos.
La Buhardilla Anticuario fue inaugurada ese mismo año, siendo la primer galería de su género en la ciudad. En aquel mes de octubre cambia su ubicación de la calle recreo a la Fábrica la Aurora, albergando desde entonces historias, memorias y riquezas atesoradas en las antigüedades que ahí se exponen. “Siempre he dicho que es bueno tener un entorno de acuerdo a la sensibilidad. Si eres una persona que ya tienes familia, que mejor que tus hijos se desarrollen rodeados de historia, que sientan que vienen de buenas raíces, y eso lo ofrece el arte, y las antigüedades son un arte. Es un negocio totalmen-
te familiar”.
Con la creencia de que cada artículo tiene más que un valor monetario, afirman que todo lo expuesto cuenta leyendas dignas de preservarse. “Las piezas antiguas son pedacitos de historia. Existe mobiliario que ha convivido con gente que trascendió. Todas son piezas de conversación que corresponden a una época y siempre habrá alguien que quiera preservar la historia” añade el Sr. Noyola.
Para su esposa, Leticia, despedirse de una obra cuando ésta ha sido vendida es un proceso en ocasiones difícil. “A mí me duele muchísimo dejar ir las piezas, él (Carlos Noyola) me dice: vende lo que te encontraste y descubrirás otra. Lo que estoy segura es que las piezas buscan a su dueño. Ahí pueden estar cinco años y cuando viene la persona que en verdad debía quedarse con ella, a la que le latió el corazón al verla, la pieza termina siendo suya. Es una especie de suerte, siempre están esperando a su dueño correcto”.
La pareja ha encontrado en San Miguel de Allende un público interesado que no pierde el gusto de conservar su historia. Recorrer la Buhardilla incita al diálogo, como si las horas se detuvieran, adentrarse es casi como un hacer un viaje en el tiempo. “Las antigüedades tienen su encanto. En estos 43 años es lo que nos mueve, es nuestro motor, nuestra pasión”, concluye el Sr. Carlos Noyola.

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