Los Vázquez y su vida entre las vías de San Miguel de Allende

Redacción

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Con info de Ana Gaby Hdez.

En esta zona de San Miguel de Allende, los vagones y máquinas del tren son la vida misma. Durante décadas vivieron en ellos y ahora son como vigilantes, los que desde su ventana se asoman y su paisaje son las vías del ferrocarril.

Ellos son los Vázquez, una de las familias que vive en las pequeñas casas que los ferrocarrileros habitaron y que hicieron del tren, su eterna casa móvil.Manuel Vázquez tiene 26 años de edad, ha vivido toda su vida a un lado de la estación del Ferrocarril y para é, su familia y los vecinos, más que lidiar con los fuertes ruidos que en sus oídos es sentir que la vida entre vías sigue viva, sin pasajeros, sólo trabajadores que enganchan y conducen grandes máquinas por lo menos 5 veces al día.

Entre trenes nacieron y entre trenes se ha ido. Es un estilo de vida y sí que lo gozan.

«Mi abuelo fue Ferrocarrilero y los vemos llegar con cargas de todo: ropa, comida, grava, metal, partes para autos. Cuando no llevan materiales dejan aquí los vagones vacíos en las vías de cambio y a veces tardan meses en regresar por ellos. Es como un estacionamiento gigantesco, pero uno brinca entre las uniones que se llaman ‘muelas’, para poder ir al Centro», dice Manuel.

Su abueloFrancisco Vázquez fue Ferrocarrilero y falleció hace 25 años. Por más de 3 décadas se dedicó a la vida en el tren.

La casa pasó a manos de su abuela Agustina Barragán, un terreno donde ahora viven 3 familias: Doña Agustina, su prima Norma y su tía Guadalupe.

Un total de 7 personas habitan en la casa de la familia Vázquez, el inmueble con fachada de color rosa situado a un lado de las vías del tren: su hermano Víctor, sus primos Fernando y Norma, su mamá Adriana Hernández, su tía Guadalupe y su abuelita doña Agustina.

Al lado de ellos hay otra familia de apellido Vidales: «Ahí hay como 10 personas, creo», agregó Manuel.

Tan adaptados tienen sus oídos a los sonidos del tren, que ya hasta identifican lo que ocurre en este.

«Uno ya conoce sus rumbos, sabes cómo funciona, escuchas el tren y sabes de dónde viene, si es del norte o del sur y por los frenos que a veces aplican te imaginas que ya hubo un accidente, que cambian la carga o que se la van a llevar», dice el joven.

Manuel es artista, se dedica a dibujar y pintar, «trabajo en un estudio que se llama Edgardo Kerlegan que se encuentra en Fábrica La Aurora y hace unas semanas realizó una Exposición Colectiva junto con más compañeras de la clase y mis dibujos fueron en base al Tren. La vida que llevó aquí, Estación y unas máquinas», compartió.

Doña Agustina, su abuelita, comparte lo que fue su vida junto a su esposo Francisco en el Ferrocarril y lo que ha sido desde que él ya no está.

«Yo me casé con él de 20 años, me gana con un año. Si él viviera, para el siguiente año fuera a cumplir 74 años y yo 73. Ya no me volví a casar, ya estoy enferma, voy a cumplir 4 meses que me operé de la vesícula».

«La vida en los trenes es muy bonita», dice doña Agustina, «yo ya estoy acostumbrada, yo anduve en vagones, nos traían de aquí para allá. Se metía la máquina a veces en la noche y nos jalaban para trabajar. A veces amanecíamos en otra parte».

Ella era otra de las habitantes que cruzaba entre los vagones la avenida, hoy por su edad, las cosas son diferentes.

«Ya por mi edad no puedo brincar como los muchachos, padezco de mis pies pero todavía puedo andar con mi muleta y un andador», dice doña Agustina.

Hay un vagón a un lado de las vías que es ocupado por trabajadores, «ahí meten su camión ellos y salen a trabajar en la mañana y regresan como a las 3:00 de la tarde. Muchos viven en colonias y tienen su casita de Infonavit. A veces vienen a trabajar y en la tarde se van», dice.

Su vida entre ferrocarriles la llevó también a vivir 12 años dentro de un vagón «porque así es la vida del tren, siempre moviéndose».

Doña Agustina y su esposo Francisco viajaron en el tren por más de 35 años.

«Él anduvo un tiempo de mayordomo, él mandaba a los trabajadores y les decía: van hacer esto y esto otro, van a apretar las tuercas del riel y tantas cosas. Me gustó tanto que ahora no puedo andar en ellos, pero tenerlos cerca es como seguir arriba de uno de ellos».

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