Redacción
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SAN MIGUEL DE ALLENDE.- Lupita tenía solo 25 años. Reía con el alma, y su risa era un torrente de alegría que envolvía a quien la escuchaba, sin importar la distancia. El jueves pasado Lupita se durmió para siempre, cerró sus ojos para entrar en el sueño profundo que hoy la tiene en total paz, en un mundo donde ya no duele nada y donde su mente está llena de solo buenos pensamientos.
Su despedida fue tan repentina como lo era su vida. Así llegó y así se fue.
Era una joven de voz fuerte y sueños inmensos, una combinación que pocos logran. Trabajadora incansable, de esos que comienzan con el primer rayo del día y no se detienen hasta bien entrada la noche.
En su familia, Lupita era el pilar, la chispa constante de cariño que unía a todos. Un pueblo entero la quería; era conocida por su bondad y su disposición de ayudar sin condiciones, sin mirar a quién.
Lupita no solo tenía coraje; lo llevaba en la piel. Enfrentaba las injusticias de frente, sin titubeos. En la escuela, su entusiasmo era una fuerza; participativa, con ideas siempre listas para organizar y mejorar.
Sus compañeros confiaban en ella, sus maestros la admiraban, y sus padres la querían con ese amor único que va más allá de palabras. Para sus hermanos y hermanas, era un ejemplo y un refugio.
El mundo sin Lupita es menos luminoso. Hay un vacío que nunca podrá llenarse del todo. Pero su recuerdo permanece, como una luz constante, guiando el camino de quienes la amaron y la admiraron. Su vida, breve pero intensa, nos deja una lección: vivir con entrega, con valentía y con el corazón siempre dispuesto.
HASTA SIEMPRE LUPITA.