Redacción
Jorge Olalde. jolalde@gmail.com
SAN MIGUEL DE ALLENDE. – Nuestro país se identifica por su profundo sentir tradicionalista, por sus manifestaciones populares, por la preservación de sus costumbres que incluyen el sentimiento de dolor y alegría de la comunidad como parte de una identidad nacional.
Sin duda el Altar a la Virgen de los Dolores cobra peculiar relevancia en el entorno Sanmiguelense, en el fomento, difusión y conservación a la devoción de la Virgen María; evento que se ha realizado por siglos el Viernes de Cuaresma que antecede a la Semana Santa.
En un inicio se levantaron altares en iglesias, capillas, conventos, expandiéndose en comercios, lugares públicos y casas particulares; en donde la parte central de la celebración es la virgen “La Dolorosa”, elaborándose magníficas representaciones a través de diversos elementos con especial significado.
La composición gráfica se percibe a partir de un trabajo intenso que enarbola el sentir religioso de nuestra comunidad, con la integración de voluntades, de tiempos, de espacios, dando paso a la creatividad y talento de los participantes.
Entorno de la tarde, en donde la oscuridad paulatinamente invade el territorio, una vez que el sol se ha ocultado, es el momento propicio para que San Miguel se convierta en un peregrinar de voluntades, de personas ávidas de explorar los más elementales altares, hasta la majestuosidad y complejidad de los mismos.
En pocas ciudades como en San Miguel cobra relevancia el evento, ya que en las decenas de fuentes públicas diseminadas en la mancha urbana, los vecinos suman intereses, asignan responsabilidades con el propósito de lograr la obra más representativa a la Virgen de Dolores como figura central del Altar. De igual manera podemos encontrar en los distintos barrios, en casas particulares, en comercios, en las plazas, en los jardines, en negocios, en museos, en legendarias residencias Sanmiguelenses del centro, la oportunidad de poder ingresar a las mismas en la búsqueda de magníficos Altares, de encantadoras propuestas unificadas todas ellas en un montaje admirable.
A pesar del doloroso momento que se vive, la noche forma parte de una tradición llena de tenue luz, de colores y aromas florales; por su parte el hinojo, el mastranto y la manzanilla extienden sus esencias de frescura. Especial significado tienen las naranjas amargas evocando la aflicción, que en algunos lugares las pintan de dorado para recordar la alegría de la resurrección de Jesús; las banderitas, las flores moradas como signo de penitencia y preparación, los cirios pascuales en representación de Cristo como luz, las veladoras por la luz de la Virgen, sin faltar el agua como símbolo de lágrimas de dolor. Singular elemento, sin duda lo es el trigo, (como alimento, como pan de vida) ya sea germinado, o bien cultivado días previos en la obscuridad que le da su tono amarillo, que una vez colocado en el Altar, va adquiriendo su color verde, integrándose al diseño planteado.
Arduo y preciso trabajo requieren los tapetes creados y rellenos de granos, semillas de todo tipo, café molido, salvado, pétalos de flores y aserrín multicolor, dando pie a formidables figuras que en la amplitud del piso representan la Pasión de Cristo y los dolores de la Virgen María; sin duda encierran en su diseño la paciencia, creatividad y emotivos colores plasmados por las manos que contribuyen a este tributo.
La generosidad de los participantes en la elaboración del Altar a la Virgen de Dolores en sus diversas ubicaciones, se manifiesta a partir del momento en que ha concluido la breve y particular visita, con la “ofrenda” que acorde con las posibilidades se entrega a toda persona, esta se compone por agua de sabor, paletas, nieve artesanal, arroz con leche, tradicional conserva (elaborada de chilacayote) o la dulce capirotada que brotan de las cocinas de las familias participantes, en donde algunos alimentos únicamente se elaboran en la cuaresma.
No deje pasar la oportunidad de conocer el simbolismo que encierra el Viernes de Dolores en nuestra ciudad Patrimonio Cultural de la Humanidad, en la celebración de este acto de espiritualidad, plasmado en Altares sumamente bellos con una riqueza de elementos de ornato, que por tradición y evocando las costumbres religiosas, aparecen por estas empedradas calles, en rutas de ascenso y descenso, en el barrio, en la colonia, en el centro, vaya pues, en toda esta maravillosa ciudad convertida en una romería en tan singular día.
Dese la oportunidad de poder conocer el interior de peculiares patios, de hermosas fincas, de populares recintos que de buena voluntad, vinculadas con relevante tradición; abren sus puertas permitiendo su acceso por única vez por la comunidad sanmiguelense. La ocasión lo amerita.