Redacción
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SAN MIGUEL DE ALLENDE.- «Comenzaron a salir chispas de adentro del edificio, salían de atrás de un portón y una reja, donde había como una caja de carga que tenían dentro (de la fábrica de zapatos).
«Veníamos de una fiesta, ya o había nadie en la calle y nos regresamos para decir que de adentro estaban saliendo chispas. Intentamos abrir, fuimos por martillos pero en 5 minutos… eso era un infierno», así lo contó Daniel, el vecino de «El Botín Rojo» que con el siniestro lo perdió todo.
Él es quien vive en la casa amarilla sobre la que cayó el edificio de más de 20 metros de altura, donde vivía con sus padres, su familia y hermanos.
Junto a su casa estaba lo que parecía la bodega y oficinas de «El Botín Rojo«, por lo que el fuego llegó casi de inmediato a su hogar.
Las cubetas de agua de los vecinos no fueron suficientes para calmar el fuego que dicen, comenzó con «chispazos» de una presunta carga de luz.
La familia de Daniel salió en pijama, en chanclas y sólo un abrigo para ver lo que ocurría. Dejaron su cartera, sus papeles, documentos y demás porque nunca pensaron que no los volverían a dejar entrar a su vivienda. Incluso la moto del trabajo de Daniel también se quedó en el primer cuarto.
Cuando el fuego creció, su mamá lo mandó a cerrar el tanque de gas. En ese momento llegaron los Bomberos y uno se fue tras él.
«Cuando estábamos junto al tanque le dije al bombero que me pesara su llave para desconectarlo, pero me dijo QUE NO TRAÍA. Corrí hasta el cuarto donde estaba las herramientas, ya estaba todo lleno de humo, las llamas ya estaban dentro de mi casa, saqué la llave, corrí hasta donde estaba el tanque, lo desconecté y el bombero se lo llevó».
Lo mismo ocurrió en la casa del otro lado, donde vivía doña Mary con su hijo de 49 años con discapacidad además de otras más familias.
Al salir vieron que los bomberos no hacían nada, «les preguntamos por qué no actuaban y nos dijeron que NO TRAÍAN AGUA».
Los vecinos de 5 casas aledañas a la zona del siniestro, esa noche NO DURMIERON.
48 horas después los bomberos seguían combatiendo el fuego que parece interminable. Hoy las familias duermen en refugios, otros con sus vecinos, y unos más en una casa de campaña que ponen por las noches junto al arroyo.
Su futuro es incierto, para volver al terreno en el que estaba su casa.
Nadie sabe quién pagará las casas rotas, al menos 5 serán derribadas al sufrir daños estructurales provocados por el calor, el fuego y la caída de un edificio donde aún no saben qué fue lo que ocasionó el siniestro que dejó más de 30 personas sin casa.
Sólo salieron chispas, dicen los vecinos que intentaron sofocarlo rompiendo una puerta que nunca pudieron abrir para salvar el lugar y ponerse ellos a salvo…