Redacción
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Con info de Ana Gaby Hernández
Todos los días, antes de que den las 8:00 de la mañana, Romualdo Banca sale de su casa rumbo a un sitio al que todos tienen miedo llegar, pero del que nadie se va a escapar: El cementerio.
En ese lugar donde no hay muchas sonrisas, hay mucho llanto y tristeza, pero siempre se compensa porque nunca faltan flores nuevas.
Romualdo pasa gran parte de su vida haciendo tareas que no son fáciles, porque además de barrer entre las tumbas, acomodar las flores nuevas y remover las que están secas, también tiene que cavar y tapar el orificio donde quedará el próximo difunto que llegue al Panteón Luz Eterna.
De este tema Romualdo sabe bien, pues sus 8 años de experiencia en los menesteres de despedir a la gente en lo que será su última morada, lo han convertido en todo un experto en convivir con la muerte.
Todos los días ve muertos porque él es quien los recibe, les cava su tumba y los cubre de tierra y lápidas de cemento. Él acondiciona el lugar donde algunos descansarán por la eternidad y otros sólo por algunos años.
Pero éste no es el único panteón que conoce, sino que también aprendió del oficio de la muerte cuando estaba en el panteón de Guadalupe allá por la Salida a Celaya.
Los últimos dos lo ha pasado en este cementerio que se abrió en 1999, cuando la señora Ma. del Carmen Luna llegó ese 15 de febrero de 1999. Ella fue la primera «huésped» de este lugar y lo maltratado de su tumba deja ver que ella tiene 18 años en el mismo lugar.
Pero además de cavar y limpiar el lugar, Romualdo también hace y coloca las lápidas y cuida los huesitos de aquellos que tienen que cambiar de casa porque en la tierra ya no pueden estar, luego de que su familia no fue a pagar su derecho de permanecer enterrados.
«Es un cuarto donde guardamos los restos de aquellos que su familia ‘no pagó la renta’ del lugar y aquí los dejamos, en costalitos, para si algún día se acuerdan de ellos vengan para llevarlos a reposar a otro lugar ¿Qué tal y un día a alguien se les remueve la conciencia y regresan para preguntar por él?».
Pero ¿cómo nombrar a su profesión? Romualdo dice que son panteoneros: «nos llaman de muchas formas y a mí ni me gusta; nos dicen panteoneros, veladores, camposantos y limpiadores. Yo digo que somos Panteoneros ¿No?, porque nuestra chamba se divide en muchas actividades pero la principal es tener suficientes orificios en la tierra para los que vienen, ya la barrida la damos cuando hay tiempo», dice seguro.
Y mientras trabaja, Romualdo asegura que hay que tener más miedo a los vivos que a los muertos porque donde él trabaja sólo se deja el «cascarón» del alma.
«Aquí solo llegan los restos. Me imagino que el alma se va y llega de donde vino, o sea, regresa al más allá, así nos lo han dicho».
Para Romualdo apenas viene lo mejor, porque estos días tendrá un montón de trabajo para recibir a la gente que va a visitar a sus difuntos y barrer a aquellos que por años no han recibido a nadie, «pero aquí estoy siempre yo, visitándolos y cuidándolos para que no se sientan solos porque estamos entre muertos pero también entre muchos que se quieren pasar de vivos».