Alfonso Bullé Goyri
Este domingo 27 de abril, en una ceremonia extraordinaria, desde la Capilla Sixtina, en el Vaticano, serán santificados por el Papa Francisco Juan XXIII y Juan Pablo II, un acto nunca antes visto en la historia de la cristiandad, pero que tiene su explicación en el pontificado de Juan Pablo II. Como es del dominio público y desde hace siglos, los procedimientos que se siguen para la canonización de cualquier persona por lo general son largos y tortuosos. Pero en esta ocasión, el papa Francisco ha tomado la decisión de pasar por encima de algunos de los trámites de rigor y optó por dejar a un lado la ortodoxia. Para esta ceremonia de canonización se decidieron caminos sensiblemente alejadas de las costumbres más arraigadas de una institución profundamente conservadora como lo es la Iglesia Católica. En efecto, causa una cierta extrañeza que a Karol Józef Wojtyła, apenas a 9 años de su fallecimiento, sin que se le haya comprobado algún milagro de alto impacto, para decirlo de alguna manera, será elevado a los altares. Más aún, antes de cumplir los 5 años de rigor para iniciar el proceso canónico, Benedicto XVI tomó la iniciativa y como un sagaz político y astuto regente del Santo Oficio moderno, implementó una especie de Fast Track para apurar la canonización de Karol Wojtyła. Además hay que agregar que es sorpresiva la celeridad del procedimiento porque está ligado a un papado que ha sido duramente cuestionado por amplios sectores de la cristiandad, incluso de la misma iglesia de Roma. Su pontificado presenta aristas sumamente complejas y controversiales tanto en el plano estrictamente religioso, como en el nivel de la acción que tradicionalmente ejerce la Iglesia en el campo de la política internacional.
La Iglesia de Roma durante los 27 años de Karol Wojtyła sufrió una auténtica revolución. El Papa viajero —como gustaban decirle algunos— desde muy iniciado su pontificado se le veía en todas partes. Tenía el poder de la ubicuidad y su presencia en los lugares a los que arribaba causaba una enorme expectación. Centenares de miles participaban en misas oficiadas al aire libres y aún en los países no católicos se formaban vallas humanas que seguían sus recorridos. Siempre se le celebraba, los políticos del mundo lo recibían y los medios de comunicación estaban atentos a su agenda para cubrir sus actividades. Karol Wojtyła visitó los lugares más insólitos en los cinco continentes, concurrió a las reuniones más importantes y ofreció discursos en los foros de mayor rango mundial, se entrevistó con estadistas de las más diversas ideologías y habló con intelectuales y pensadores de la más alta jerarquía, de todas las tendencias habidas y por haber y de los pensamientos desde los más hostiles hasta los más próximos al sentir del cristianismo. Jamás papa alguno había desplegado una agenda tan cerrada y llena de contenido social y político. Su capacidad diplomática y su increíble habilidad para imponer sus criterios, hicieron de Karol Wojtyła un líder mundial de muy elevada reputación. La energía que manifestó durante todo su reinado fue notablemente dinámica desde el principio y hasta sus últimos días.
Juan Pablo II influyó de manera determinante en los acontecimientos más trascendentales del último tercio del siglo XX. Su mano se sintió en el curso que tomaron los acontecimientos que siguieron a la Perestroika y su presencia en el centro de Europa no fue menos decisiva para el advenimiento de regímenes más democráticos. El Muro de Berlín inició su derrumbe la noche del jueves 9 de noviembre de 1989. Para el viernes 10 de noviembre, 28 años después de su construcción, nacía la nueva Berlín, un sorprendente suceso que cambió la faz de la geografía política del mundo y con ese simbólico acto se dio por concluida la Guerra Fría. En esos momentos tan emocionantes que la humanidad presenciaba con exaltación y esperanza, se sentía la voz y la fuerza de Karol Józef Wojtyła, la presencia del Papa Juan Pablo II.
Pero no todo ha sido miel para este pontífice único. La relación de Marcial Maciel, el superior de los legionarios de Cristo, con Karol Józef Wojtyła es un zarzal de espinas que ha empeñado definitivamente su reinado. Desde que se supieron las atrocidades cometidas por el padre Maciel, en muchas tribunas se pidieron acciones contundentes de parte del papado. No se hizo justicia y Juan Pablo II guardó un silencio provocador, sospechoso, desalentador. Ahora se dice que el Papa nunca supo nada de estas crueldades cometidas contra niños indefensos. Es increíble que un político de la altura de Juan Pablo II haya ignorado lo que sucedía en su rebaño. En todos los periódicos del mundo se dieron a conocer las barbaridades de Marcial Maciel pero jamás fue juzgado ni sentenciado. Es cierto, se le recluyó pero nunca se tomaron medidas verdaderamente justas. Murió este hombre pervertido que a la sombra del poder papal logró sortear a la justicia de los hombres. Por otro lado, Juan Pablo II siempre condenó la Teología de la Liberación y se manifestó desfavorable a la administrar de la comunión a los divorciados vueltos a casar, al matrimonio de los sacerdotes, a la ordenación de las mujeres y vio con enorme suspicacia y condenó los matrimonios de personas del mismo sexo. En fin fue un papa conservador, que nunca puso en sintonía a la Iglesia de Roma con las condiciones imperantes en la nueva realidad de una sociedad cambiante, necesitada cada vez de mayores libertades.
En estas circunstancias, la jerarquía tomó las previsiones correspondientes y para atenuar un poco la luz y las sombras de este pontificado, se decidió una medida salomónica, que consiste en elevar también a los altares a Juan XXIII, un papa que poco se parecía a Karol Józef Wojtyła y del que deberemos hablar en la próxima nota.