Alfonso Bullé Goyri
Leonardo Padura es un escritor cubano que sin el menor género de dudas debe ser leído, comentado, criticado, situado en el vértice donde se reúnen sólo los grandes de las letras para examinar su espléndida obra y polemizar con ella, por ella y hacerla parte del imaginario literario de América Latina ocupado por los gigantes de las letras del siglo XX. Porque Padura es uno de esos escritor de aliento, un sorprendente hombre de letras con más de 30 años de trabajo, que se ha forjado un destino gracias a una voluntad indómita y una disciplina inf lexible. Nacido en la Habana en 1955, Padura es un trabajador obsesivo de las letras que ha construido más de 16 novelas y cientos de artículos, fascinado por las historias y comprometido con la realidad política de la isla y con las condiciones impuestas por un régimen que no concede mucho al pensamiento crítico y donde más bien la ferocidad de las dirigencias fieles al marxismo castrista condena a todo un pueblo al ostracismo y al confinamiento, donde sólo el criterio dictatorial define los parámetros de lo permisible. No obstante todo, desde el interior de la isla, con todo género de peligros, Padura ha logrado llamar la atención del exterior que con la lentitud de la tortuga ha otorgado importantes permios como el Francesco Gelmi di Caporiacco; el Premio Carbet del Caribe; el Prix Initiales y el prestigioso Roger Callois. Cuba lo ha tenido que reconocer y ha obtenido el Premio de la Crítica y en el 2012 recibió el Premio Nacional de Literatura de Cuba por la extraordinaria novela Los Herejes una deslumbrante historia en torno de un cuadro de Rembrandt y de ese extraño fenómeno antropológico-cultural que fue el asentamiento y desplazamientos de la comunidad judía en la Habana entre 1928 y 1958. Leonardo Padura teje fino. Su narrativa es de una complejidad técnica insuperable y la trama y los eventos que se van sucediendo en el relato que nos propone implican un rigor lógico que sólo un escritor que domina la lengua es capaz de semejante proeza. No deja nada al aire, no impone tampoco falsos o improbables desenlaces, lo que significa una aguda percepción de la condición humana y del poder de la literatura. Padura además es un historiador consumado, que investiga a conciencia y sobre todo que sabe dibujar con elegancia las circunstancias dramáticas que vitalizan su narración. En sus grandes novelas lo posible adquiere verosimilitud y lo admirable es que la realidad histórica que nos propone no se desvanece en la ficción, ese elemento indispensable que opera en el drama y en la vida de sus personajes.
En “El Hombre que amaba a los perros”, Leonardo Padura se nos revela como un consumado escritor de hálito universal. En esta prodigiosa novela no sólo va a penetrar en los trágicos sucesos que desembocaron en el asesinato de León Davidovich Trotski, sino que indaga con una mirada crítica en el alma perturbada del fanático homicida, Ramón Mercader, que el 20 de agosto de 1940 acabó con la vida del revolucionario ruso. Con el magnicidio de Trotski se fortalece el dominio absoluto de Stalin y se recrudece la política del terror en la Rusia Soviética que se convertirá, asimismo, en el sino doloroso de un periodo negro de la historia contemporánea. Leonardo Padura va a seguir los pasos de esa extraña figura enardecida que en función de la dictadura del proletariado y de las ofertas que prometía la sociedad sin clases, se lanza a una turbulenta aventura que nunca terminó por cerrarse. Con una honestidad y, sobre todo, con una tenacidad de investigador implacable, Padura pone a prueba su capacidad analítica y examina las circunstancias históricas que dieron origen a ese infausto proyecto político que arrastró a la sociedad rusa y que mantuvo en vilo al mundo por más de medio siglo. El aciago destino que se ha perpetuado —y que en medio de una violencia sorda sigue cobrando réditos en la sociedad cubana de nuestros días— es uno de los temas cruciales de la saga revolucionaria que Padura encabalga en esta novela de proporciones épicas. El colosal volumen de datos que nuestro autor maneja y el peligro que en la Isla significaba la crítica del proyecto soviético, convierte también a esta novela en una suerte de historia mil veces contada, que los grandes escritores del Este europeo nos describieron a pesar del terror. Esos Solyenitzin que relatan de mil modos distintos y con las mismas dramáticas conclusiones la represión implacable de una burocracia envilecida que impidió la libertad, la justicia, la igualdad, la dignidad de millones de seres humanos condenados por una ideología que terminó por ser una pesada cadena de la ignominia y que, también, en una isla del Caribe Latinoamericano se levantó como una nube negra, como una estela de la infamia más oprobiosa, manteniendo hasta hoy de rodillas a todo un pueblo. Padura nos habla con valor y sin restricciones de ese pueblo victimizado, dominado por el espectro de una revolución que nunca terminó por ofrecer lo que prometía y que, en cambio, sometió si piedad a todos, convirtiéndolos en rehenes de las quimeras dictatoriales del Comandante Fidel.
Con esta extraordinaria novela, Leonardo Padura una vez más coloca las letras latinoamericanas en la vanguardia. Es un valiente escritor y un honrado relator que sabe de los riesgos que el pensamiento trae y que, a pesar de todo, vence el desasosiego que implica el terror y proyecta una luz poderosa sobre esas regiones oscuras de un mundo que aún es difícil de ponderar. Sabemos muy bien que mientras la isla no se abra y muestre el verdadero rostro de una ilusión perdida, sólo nos queda el testimonio de este escritor de dimensiones universales.