Por Alfonso Bullé Goyri.
“La Esquina, Museo del Juguete” es uno de esos sitios donde el visitante es atrapado en un espacio fascinante que excita la imaginación y que estimula el deseo de experimentar el encuentro con el conmovedor mundo infantil. Ubicado en el centro mismo de San Miguel de Allende, apenas a unos pasos del Jardín, el Museo del Juguete es ya un recinto obligado para todos los visitantes de este pueblo particular y misterioso. Este sorprendente museo es el territorio natural donde halla su objeto la gracia y el candor de los artesanos mexicanos. Aquí el prodigioso arte popular es el convocante y el juguete como producto de la imaginación la esencia que inspira a este recinto que no tiene paralelo en México. Es un museo íntimo, ligero, divertido, de un franco sentido didáctico que intenta exhibir la destreza e ingenio de los artesanos de todo el país que aplican horas de trabajo en la manufactura de estas nimias piezas que encierran la traviesa potencia que hace del juego el modo de interactuar de los niños.
Es excepcional “La Esquina, Museo del Juguete” no sólo por su singularidad en el contexto de este tipo de instituciones en México, sino porque es una iniciativa que surge en virtud de una necesidad impostergable de elevar el arte popular a un plano que hasta entonces no se había considerado. Angélica Tijerina, su fundadora, desde hace años manifestó un vivo interés por coleccionar todo tipo de juguetes encontrados en ferias, en mercados, en los lugares más insólitos donde la actividad artesanal florece con vibrante energía y en un silencio apacible. Sabía que ese placer del coleccionista un día la llevaría irremisiblemente hacia la formulación de un proyecto de mayor alcance y aliento. El tiempo y la constancia convertirían el gusto en una vocación definida que la impulsó a fundar un recinto dedicado exclusivamente al juguete popular mexicano. Así nació el Museo del Juguete y entonces muchas de sus piezas tuvieron su definitivo lugar. Ahora en las salas del museo quedan apacibles esos pequeños artefactos articulados, esos pitos de barro que asemejan el canto de los pájaros o aquellos caballitos de cartón con palo de escoba para los chicos traviesos; las tallas en hueso, los valeros esgrafiados con estoperoles e incrustaciones también de hueso para la competencia de los adolecentes que ya muestran sus habilidades; las muñecas polícromas, de cartón, de tela o de borla para las niñas madres y para los generales de la tarde los soldaditos de plomo, de madera o de latón repujado que hacen las delicias del juego en la guerra con bombas de lodo. No faltan en ese espectacular museo esas pulcras mesitas de pino crudo o los carros y trenecitos de latón, entre mil y más utensilios de cocina en miniatura que nos permiten imaginar los más sofisticados platillos del arte culinario mexicanos. Todo este magnífico paisaje no es más que el universo exuberante de ingenio y de refinamiento que no puede ser más elegante y que al fin de cuentas da razón de la fuerza expresiva de nuestros artesanos, de las manos más puras y precisas de México.
Pero hay que destacar que el Museo del Juguete dirigido por la Sra. Tijerina es un ente vivo, con actividades diversas, que convoca a los niños en especial pero que también está abierto a todo público interesado en las más genuinas expresiones de las artesanías y el arte popular. Desde su fundación, exhibe una muestra permanente que de tanto en tanto se va extendiendo y que con los años se ha convertido en una notable colección donde confluyen los artesanos especializados en el tema del juguete. En sus salas encontramos valiosas piezas de Olinalá, Guerrero, de Patambam o de Ocumichu en el riquísimo Estado de
Michoacán, de Tonalá en Jalisco; podemos hallar primores de Chiapas, de Oaxaca, de Tabasco, de Yucatán, de todo el norte del territorio nacional que conforman un magnífico penacho multicolor, un arcoíris expresivo de un poder y un cariz portentoso, difícil de igualar y que constituye la verdadera riqueza de la nación. El Museo del Juguete es un inquietante sitio donde el arte más propio del pueblo de México es elevado a un rango de alta dignidad estética que debe ser admirado y comprendido en toda su profundidad y extensión. En este museo, a pesar de sus dimensiones, podemos advertir entre sus ricas y suculentas salas todo el poderío de una tierra feraz, de selvas y montes escarpados y de una cultura milenaria que invita al desdoblamiento de la imaginación y la creación incontenible en pequeñas piezas que hacen las delicias por ser los instrumentos de juegos de nuestros niños.
Es oportuno indicar que la vitalidad del Museo del Juguete adquiere una dimensión social y cultural decisiva, cuando también por iniciativa de Angélica Tijerina y de su esposa, Alfredo Pérez Salinas, promueven cada año el Concurso Nacional del Juguete Artesanal. Estos eventos importantísimos reúne a los artesanos del todo el país y confrontan las habilidades de los artistas del juguete. Así se provoca un excitante diálogo entre los participantes que tienen una valiosa oportunidad de contemplar y conversar con sus pares que habitan en regiones distantes y que de otra manera sería imposible su encuentro. En la Tercera edición, que precisamente ahora se exhibe en las salas del Museo, enviaron trabajos más de 500 artesanos con lo cual se conformó una de las colecciones de juguete más fantástica y que es imposible dejar de ver. Durante algunos meses, esta colección fue exhibida en una de las salas del parque Bicentenario y ahora, en su sitio natural, está abierta a todo público.
En suma, Angélica Tijerina y Alfredo Pérez Salinas son benefactores del arte popular mexicano, que mantienen y dirigen el Museo, que promueven concursos y difunden con sus recursos la obra de nuestros artesanos. Es un esfuerzo encomiable la que realiza este matrimonio radicado en San Miguel de Allende, labor que no podemos más que reconocer. Al fin, en este Museo, todos quedamos bajo el halo de una de las manifestaciones que nos dignifican como pueblo.