Tania Covadonga
Un día, caminando por el centro de mi hermoso San Miguel de Allende, de repente comenzó a llover fuertemente. Me refugié en los arcos que están frente al jardín principal. Llegaba un rico olor a café recién hecho, y no resistí a la tentación de sentarme en una de las mesas de un cafecito al que siempre me gusta llegar cuando paseo por ese lugar.
Después de un rato, mientras estaba sentada disfrutando de mi exquisito café, escuché a dos jovencitas que estaban en una mesa contigua conversando; pero su volumen de voz era tan alto, que alcancé sin quererlo, a escuchar su plática.
Hablaban de que éstas vacaciones de verano iban a ser aburridas, pues se quedarían en San Miguel y no saldrían a vacacionar a ningún otro lugar. Al escuchar eso me imaginé que aquellas dos adolescentes eran oriundas de aquí, y además escuché que se quejaban diciendo que qué harían en un lugar donde no hay qué hacer ni ver.
En el profundo silencio en el que yo estaba saboreando mi café, mientras mi vista se deleitaba con la belleza arquitectónica de la Parroquia de San Miguel de Allende, me quedé pensando cómo esas jovencitas podrían afirmar que no hay nada que ver ¡qué paradoja para mi vista en ese momento, pensé yo!
En mis adentros me puse a pensar: qué acabo de escuchar. Siguiendo en mi silencio y aná- lisis de esas palabras, pensaba: qué afortunadas somos las personas que vivimos en un lugar así, ya que disfrutamos de uno de los lugares que mundialmente son considerados como los más bonitos y turísticos.
Cuántas personas no quisieran disfrutar de éste hermoso lugar, que además de su belleza arquitectónica y su antigüedad, tiene un encanto y una magia que a muchos otros lu- gares les falta.
Y cuál es esa magia?? me preguntarían esas chicas si estuvieran leyendo mis pensamientos. Pues esa magia de la que hablo está en el aire que se respira en las calles, en ese bello jardín que nos hace remontarnos a tiempo atrás imaginando todas aquellas personas que a través de los años han caminado por ahí, en las personas que sonríen al pasar junto a ti, en ese vendedor de elotes que con una sonrisa amable ofrece a los paseantes degustar el más sencillo de los platillos culinarios, y qué decir de la amabilidad de toda la gen- te de éste bello lugar.
¡Ah! y no puedo pasar por alto el recorrido que se puede hacer por su Mercado de Artesanías, el cual es un museo de obras de arte en cada una de las cosas que
ahí se venden, como su hermosa talavera colorida, collares de cuentas hechos con el más mínimo detalle, así como esas figuras de papel maché que dan colori- do y alegría a sus paseantes.
Y mientras caminamos por el mercado, deleitando la vista con cada una de esas obras de arte, escuchamos de repente por ahí un sin fin de lenguas extranjeras que vienen a dis- frutar de la belleza de éste má- gico y hermoso pueblo.
Así fue, como en unos pocos instantes y en el adentro de mis pensamientos describí el lugar donde yo vivo, y en el que disfru- to cada día su nuevo amanecer, su café recién hecho, su gente amable, la tranquilidad al cami- nar por sus calles empedradas y respiro la magia de éste lugar del que me enamoré desde la prime- ra vez que lo vi.
Y pensé: “Por eso dicen que el que viene a San Miguel de Allende se enamora”.