Pamela Cordero llegó a San Miguel cuando cumplía apenas su primer año de edad. Entre gitanerías y una madre artista que les sacó adelante con sus pinturas, vivió siempre inspi- rada por esa poesía maternal de sus cuadros y de su sonrisa. Por su lado, el padre, tenor de corazón enorme y minúsculo impulso artístico, fue quien la llevó por primera vez al teatro. “Desde entonces quedé maravillada. En mis ratos libres ha-cía mis obras, los vestuarios, la escenografía, los textos, junto a mis primos y hermanos. Armaba las producciones del año en mi casa, mi vida entera era un escenario. Mi especialidad, el drama”.
A pesar de su pasión por el teatro, cuando llegó el mo- mento de decidirse por una carrera profesional, el abanico de posibilidades se extendió al grado de una gran confusión y un poco de rebeldía durante su adolescencia. “Así que de- dicarme al teatro se lo debo de nuevo a mi madre que después de una escapada mía a la playa, me castigó durante meses hasta que encontrara mi pasión”. Pamela conocería a José Luis
Aubert a los 14 años de edad y empezaron juntos una compañía de teatro profesional de puros jóvenes. “Aprendí cosas maravillosas de José Luis. A él le debo mucho y sobre todo mi amor por la comedia, por esa medicina que es la risa”.
Al mismo tiempo, Pamela Cordero iniciaba con una compañía de danza teatro bajo la dirección de Cecilia Govela, con quien estuvo varios años aprendiendo sobre la fuerza y belleza interna que se expresa bailando y soñando con los pies. Pero uno de los momentos más importantes, fue cuando una noche una camioneta paró frente a ella mientras pedía aventón, y a la cual, Pamela subió sin pensarlo. El vehículo pertenecía a la compañía de teatro de calle, Cornisa 20, una de las más representativas de México. “Esa noche manejaba su director, quien es ahora mi socio. Atrás dormía toda la compañía y desde ese día jamás nos dejamos. Con ellos he com- partido infinitas experiencias, mis primeras giras, los festi- vales, con ellos aprendí el valor del público, la importancia de tomar las calles, la poesía de las rutinas callejeras que se trans- formaban en otros mundos. Descubrí mi pasión por un teatro que va directo a la gente, por un arte que regenera y va más allá de los sueños”.
A los 18 años, Pamela partió al DF a estu- diar la carrera a Casa del Teatro con Luis de Tavira, motiva- da por su enfoque y la formación del espíritu. Ahí co- noció a grandes maestros como Nora Manneck, Morris Sava- riego, Carolina Politi, Alberto Rosas, y a Dié- guez, formando el grupo La Nave. “Pensando en un teatro de conciencia, iniciamos experimen- tando una fusión del teatro de calle con teatro del oprimido. Hicimos muchas obras para teatro de recámara, de patio trasero y presentaciones en espacios alter- nativos con la obra El Auto, la cual presentamos en el Cervan- tino y estuvo invitada a varios festivales. La última obra de La Nave fue Martina y los Hom- bres Pájaro de Mónica Hoth, dirigida por Rocío Belmont, y nos fuimos de gira por Estados Unidos en las comunidades migrantes”.
Pamela Cordero regresó a San Miguel hace casi cuatro años con la ilusión de encontrar un punto de encuentro teatral. La actriz comparte que durante estos años, la iniciativa de ar- tistas que residen aquí han do- tado la escena local, augurando un potencial para la producción de teatro. “Es un punto perfecto para crear, para que sea la Meca de la teatralidad y para que cada fin de semana haya una producción de calidad para los habitantes de San Miguel, y que poco a poco se irá posicionando como parada obligada para las compañías del mundo”.
Con un carácter frontal sobre el teatro, Pamela pretende seguir adelante y no desaparecer bajo las nuevas tecnologías y la situaciones contractuales del país, creando una red entre los festivales que existen en toda la república. “Por este pensamiento, mi socio Roberto Avendaño y yo nos embarcamos en esta aventura del Festival Teatral de San Miguel de Allende, pues nos parece el lugar y el momento idóneo para gestar este sueño que lleva tantos años en nosotros”.