Alfonso Bullé Goyri
El 31 de marzo de 1914 nace Octavio Paz en el barrio de Mixcoac, en una vieja casona ubicada a unos pasos de lo que es hoy el Archivo Mora, frente a un jardín solariego que conserva el sabor provinciano de su infancia. El acontecimiento no pasa desapercibido. Los homenajes y conmemoraciones por los 100 años de su natalicio abundan. En todas las latitudes del país y en el extranjero, en la Unión Americana y hacia los dos extremos del Atlántico, se evoca al artista y al crítico. Se han preparado en prestigiadas Universidad y en Centros de Cultura actividades orientadas a examinar sus trabajos, su vida y andanzas. Conferencias, mesas redondas, seminarios confor- man un nutrido programa que lo recuerdan. En artículos de revistas especializadas y en diarios de todo el mundo se hace mención a este hombre excepcional, a este mexicano de garra universal que por más de 60 años jugó un papel sobresaliente en la escena de las letras mexicanas y, naturalmente, hispanoamericanas.
En 1937 Jorge Cuesta escribe a propósito de la publicación de “Raíz del Hombre”, un poemario que causó revuelo en el mundo literario de aquellos años. Con esta nota aparecida en Letras de México, Cuesta descubre a Octavio Paz y lo presenta al reducido pero rico medio de la cultura de entonces. En ese texto sereno y complaciente advierte el autor de Canto a un Dios Mineral que el joven escritor de 23 años además de ser una esperanza indiscutible en el cosmos mexicano de la poesía, “logra apoderarse del lenguaje de otros poetas” y agrega que en su plaqueta de escasos 14 poemas “son inconfundibles las voces de López Velarde, de Carlos Pellicer, de Xavier Villaurrutia, de Pablo Neruda que resuenan en los poemas de Paz”.
Este comentario debe haber perturbado al poeta maduro, porque una de las grandes licencias en las que incurrió fue la adopción de ideas y argumentos que no eran del todo originales. En efecto, a Octavio Paz no le gustaba a veces citar sus fuetes y las omitía, aunque su prodigiosa pluma aderezaba el pensamiento y convertía lo “ajeno” en un delicioso manjar que despertaba la imaginación del lector. No fue del todo generoso con sus mayores. Jorge Cuesta exculpaba al entonces novel poeta diciendo que “esas voces extrañas ni ahogan ni suplantan a su propia voz”. Sin embargo Paz era todo menos un hombre ingenuo y esa observa- ción pudo haberlo incomodado, sobre todo porque procedían de una autoridad indiscutible de las letras mexicanas de la primera mitad del siglo. A los años, Octavio Paz ya siendo un importante escritor y ensayista, da a conocer en 1950 el célebre Laberinto de la Soledad, una obra redonda, extraordinariamente lúcida donde la prosa de Paz adquiere un aliento majestuoso. Ahí despliega con la fuerza evocadora del poeta que sabe reñir con lo prosaico y que dignifica la lengua, haciendo del ensayo una suerte maravillosa deprosa poética. Sin embargo, en todo su trabajo, no hace mención a Samuel Ramos, su maestro, en “El Perfil del Hombre y la Cultura en México”, publicado en 1934, libro cuya idea medular era el “deseo vehemente de encontrar una teoría que explicara las modalidades originales del hombre mexicano”. Octavio Paz va a recoger algunas de las tesis de este libro y las refunde, las engalana, les imprime un tono mayor, de una elegancia sobria para construir un libro que sin duda es una de sus obras maestras.
Se habla del Paz resentido y hay indicios de esta conducta en su vida. En “Sor Juana Inés de la Cruz. Las Trampas de la Fe”, Paz hace referencia a cierta influencia del Atanasio Kircher (1602-1680), sobre la Décima Musa. En su texto Paz prescinde de los hallazgos que realizara años antes el Dr. Edmundo O’Gorman quien primero advirtió el influjo de Kircher sobre algunos de los versos de la Monja. Después de la publicación del libro de Paz, O’Gorman reclama su derecho y se inicia una agria polémica donde a la vista de los eruditos, el poeta no llevó la mejor parte. Según las malas lengua, se afirma que Don Edmundo O’Gorman nunca obtuvo su membrecía en el Colegio Nacional gracias a las gestiones de Octavio Paz para impedírselo. Esta mala fama de Paz se hizo también patente cuando no incluyó sin mediar explicación alguna en su antología “Poesía en Movimiento” la obra cumbre de Cuesta. La animosidad parecía larga y para toda la vida. ¿Acaso los comentarios de Jorge Cuesta expresados decenasde años antes contaminaron el juicio del antólogo?
Como sea, a 100 años de su nacimiento, se recuerda la figura y la obra del poeta, Premio Nobel de Literatura de 1990, porque fue un escritor audaz, que supo trabajar también con rigor y grandeza, que exploró muchas regiones del saber con erudición, que provocó muchas y enconadas polémicas que en no pocas ocasiones le granjearon enemistades y animadversiones. Octavio Paz fue a su manera un intelectual comprometido con ciertas ideas políticas. Se le considera por su refinada y elegante poesía, por su apasionada capacidad de polemista y por su inf luencia y poder en el campo de la cultura mexicana. Cabe apuntar que sin ser un pensador radical o un revolucionario, su postura frente a los “ismos” siempre fue categórica y contestataria. Combatió con argumentos a sus adversarios que muchas veces quedaron mal parados y se confrontó con importantes teóricos y pensadores de la izquierda como Don Pablo González Casanova, que lo veía como una suerte de epígono de la burguesía reaccionaria. Algunas de las figuras destacadas del llamado “boom latinoamericano”, que se aproximaron a la Revolución Cubana, lo censuraron. Paz jamás fue engañado por las promesas de una sociedad sin clases ni por la idealización de una revolución que a la postre demostró ser una tragicomedia llena de contradicciones y de falsedades. En un sentido estricto Octavio Paz fue un nihilista, un hombre que no tenía creencia trascenden- talistas de la vida y que sólo juzgó con la fuerza del pensamiento ló- gico y científico. Fue un gran poeta, de aliento universal, un artista desafiante, dominado por la vena de la pasión del hacedor de palabras. Fue también un portentoso traductor de los poetas modernos y contemporáneos que influyeron el cosmos poético de Occiden- te, además de ser un teórico que exploró los secretos del verso y la metáfora, que miró al Oriente y supo pulsar el regio tono de la literatura China e Hindú.
A sus 100 años de nacimiento recordamos a Octavio Paz porque es importante traerlo a nuestra memoria, porque figuras como la de él no abundan y porque su obra aún está por leerse. El hombre con sus de- fectos se disipa a la vuelta de los años y queda, ya filtrado, el gran escritor que nos ha dejado páginas memorables, que nos ha heredado monumentales poemas que dan cuenta del nervio de un artista de genio que forma parte indeleble de nuestra soledad y nuestro laberinto.