Cuando se visita San Miguel de Allende es muy difícil sustraerse a la tentación de llevarse en alguno de los muchos medios actuales una imagen de sus acompañantes con el fondo de la Parroquia de San Miguel. De ella dice Francisco de la Maza: “…es un error arquitectónico. No encaja, de ninguna manera, con el ambiente y la arquitectura sanmigueleña, además de que su tosca factura no tiene nada de la gracia y finura que distinguen al verdadero gótico…”. Por el contrario don José Cornelio López Espinosa afirma: “sin ser una ´obra maestra´, ha servido y servirá como símbolo de la grandeza de San Miguel de Allende. Como la mayoría de los residentes de esta ciudad o de los visitantes que día a día la visitan no tenemos la preparación académica necesaria consideramos esa fachada como una magnífica obra por lo que la tenemos en buen concepto y la utilizamos orgullosamente como símbolo de San Miguel. Esta construcción es obra de un humilde maestro de obras local llamado: Zeferino Gutiérrez Muñoz quien nació el 24 de agosto de 1840 y murió el 23 de marzo de 1916, hoy hace 98 años.
Los conocedores consideran como verdaderas joyas de la arquitectura religiosa sanmiguelense las fachadas del Oratorio de San Felipe Neri (1712-1714) y San Francisco (1779-1799) y como la obra máxima de don Zeferino: la cúpula de Las Monjas. De ella, el Dr. Atl dice fue inspirada en la de Los Inválidos de París; el Arq. Manuel González Galván, duda que sea de don Zeferino y la atribuye a Tresguerras, a lo que responde don Cornelio López que es imposible ya que el Arquitecto celayense llevaba ya 50 años de muerto cuando se terminó la obra (1891). Ésta la realiza cuando era capellán el P. Pedro Sandi Valdovinos, C.O.; la imagen de la Inmaculada que remata el capulín del domo, así como las doce estatuas de santos y doctores marianos que circundan la media naranja fueron obra de don Estanislao Hernandez y sus oficiales, prestigiados canteros sanmiguelenses.
En su producción encontramos que en 1870 hizo el altar de cantera de nuestra señora de Guadalupe en el crucero del templo del Oratorio; de 1871 a 1873, sustituye el retablo de madera de la parroquia de Dolores Hidalgo por uno de cantera de estilo neoclásico, según lo consigna don Alfonso Alcocer. Ahí también levanta el templo de la Saleta, de estilo gótico, que remata con una espléndida cúpula que recuerda a la de San Pedro en Roma. En 1876 don Zeferino había hecho el nuevo pórtico del templo de la Ermita, su escalinata y atrio que después se restauraron cuando se hizo el hotel de Cantinflas. En 1877 hizo el altar mayor del Oratorio, que es la única obra firmada ya que tiene en su base: Zeferino Gutiérrez, fecit.
En 1880-88 realiza su obra más conocida y famosa: la torre parroquial de San Miguel por encargo del primer obispo de León don José María de Jesús Diez de Sollano y Dávalos, siendo el Cura don José María Correa, C.O., -el autor de los cantos de pasión el Verbo Divino y el Cristus Factus Est-. Más adelante modifica las torre del reloj público y la ventana superior del templo de San Rafael –la Santa Escuela- siguiendo el estilo pseudo gótico que tiene la parroquia.
En 1901, construye el Mercado Aldama, que más adelante será Centro de Salud, mercado de las flores y actualmente restaurante “La Terraza”. En 1907 realiza una de sus obras más bellas por la finura de su trazo y terminado, el altar mayor del Templo de Santo Domingo.
Al final de su vida construyó la capilla de la Virgen de la Saleta en el interior del Templo de la Santa Escuela, esta capilla fue su mausoleo familiar aunque sólo tiene lápida la de su esposa pues él muere durante la epidemia de tifo en medio de los años álgidos de la revolución mexicana; su cuerpo fue sepultado en el panteón de San Juan de Dios y de ahí fueron cambiados sus restos para esta capilla sin que se tenga certeza del lugar exacto donde fueron colocados.
En la arquitectura civil, además del mercadito Aldama y de varias residencias más como la de don
Felipe Ortiz en la calle de Pila Seca, la casa de la antigua familia Lanzagorta, mejor conocida como la Casa Quemada, levantó a finales del siglo XIX el hermoso mercado Ignacio Ramírez, encargo del jefe político don Homobono González. Tuvo una cuádruple columnata de cantera negra, estilo toscano, con techumbre de láminas de zinc. En sus lados norte y sur había largas escalinatas. En el centro estuvo un enorme libro abierto en donde don Lorenzo Barajas pintó el retrato de don Ignacio Ramírez, su biografía y algunas de los versos del ilustre sanmiguelense. En 1968 fue derribado para dejar el lugar al monumento ecuestre de don Ignacio Allende en el año de su bicentenario, 1969.
Que no nos gane el tiempo o el olvido, estamos a muy buena distancia para que dentro de dos años se celebre dignamente el centenario de la muerte de tan destacado sanmiguelense.